martes, 25 de junio de 2013

Marruecos (parte 3)


Día 9. OUARZAZATE – AIT BENNADOUH – OUARZAZATE (21.04.13)  >> 62 km. <<
Hemos dormido como marmotas… en absoluto silencio. Subimos a la terraza de la azotea a desayunar y comemos hasta que no podemos más: crepes bereberes, panecillos recién hechos y zumo de naranja natural.
Más o menos a las diez nos subimos al coche, pero antes intento explicarle a Salahl (el chico de las maletas) que es mejor que a los españoles no les repita las cosas diez veces, porque pensarán que es un poco pesado; que le irá mejor ofreciendo sus servicios y dejando que el cliente se lo pida en cualquier momento. No sé si me ha entendido muy bien… porque durante todo el día no le volvemos a ver.
Siguiendo el rutómetro, cogemos una pista que sale a la derecha, pasados los estudios de cine a las afueras de la ciudad. Es un camino muy lento, bastante bacheado… y pienso que quizá hubiera sido mejor ir por carretera hasta Ait Bennadouh.
De pronto, veo un enoooorme lagarto amarillo. Nos bajamos del coche para hacerle unas fotos, pero en cuanto nos ve sale pitando y se mete en un agujero. Volvemos al coche y, a los pocos metros, vemos un macho naranja escondiéndose en otra madriguera.
 
Como no hay dos sin tres, encontramos otro amarillo tomando el sol junto a una planta y, esta vez sí, podemos acercarnos a hacerle unas fotos. Caminamos muy despacio y llegamos a estar tan cerca que hubiéramos podido tocarle estirando el brazo. Me muevo un poco para cambiar de postura y sale disparado, corriendo de una manera muy cómica y repartiendo colazos. Vamos avanzando lentamente por la pista y, cada pocos minutos, vemos un lagarto a la izquierda del camino. Cada vez que encontramos uno, pegamos un frenazo e intentamos fotografiarlo, aunque sea desde el coche para que no salgan corriendo. 

Mas o menos a mitad de la ruta, pasamos junto a unos decorados de cine en un oasis. Están prácticamente en ruinas y recuerdo que, la anterior vez que vine en uno de mis primeros viajes a Marruecos, aún había algunas piedras de atrezzo y se podía entrar a una especie de cueva donde aún estaba aquella enorme bola de piedra que había perseguido a India Jones en la película En busca del Arca perdida.

Mientras Miguel recorre lo que queda de los decorados, yo me quedo en las charcas del oasis donde las ranas están dando un concierto y docenas de libélulas revolotean por todas partes.
Un cernícalo nos vigila mientras merodea por la zona. Parece que hoy vamos a ver más animales que en todos los otros viajes juntos que he hecho por estas tierras.
Nos ha llevado más de dos horas recorrer toda la pista hasta Ait Bennadouh, pues con nuestro coche no podemos ir rápido por esta pista… y nos paramos cada vez que vemos un lagarto.

Cruzar el río que hay al llegar a la kasbah es una misión imposible para nosotros. Las posibilidades de quedarnos atascados son muy altas, así que salimos a la carretera y en dos minutos llegamos al parking.
Comenzamos a recorrer las primeras calles llenas de tiendas de suvenires, antes incluso de llegar a la propia kasbah. Cruzamos el río por el caminito de sacos de arena y encontramos a la mujer de las entradas en la gran puerta de madera. 
El lugar ha perdido todo el encanto que yo recordaba. No sé si seguirá siendo Patrimonio de la Humanidad, pero los 10 dh. por persona que cobran por pasar no parece que se inviertan en la restauración de este lugar. Hay muchas casas que se han venido abajo, parece que sólo queden la mitad de las calles y, los artesanos locales que había en mi primera visita, han sido reemplazados por un montón de vendedores de recuerdos casi tan pesados como los de la plaza de Marrakech.


Encontramos una parada que aún conserva algo de magia: una pequeña tienda de cerrojos bereberes que fascinan por la sencillez y eficacia de su sistema.
Poco después conocemos a Fertal, que pinta paisajes con el jugo de frutas cítricas y una técnica que nos deja alucinados. Dibuja con el zumo, casi intuyendo más que viendo lo que hace con el pincel, y después pone la hoja sobre una llama cuyo calor revela los colores del ácido en el papel. 
  
Damos una vuelta por la kasbah y subimos casi hasta arriba para sacar unas fotos. La verdad es que tiene aún cierto encanto, pero se nota que está en decadencia y que, como no hagan algo para evitarlo, pronto dejará de merecer la pena la visita.
Hace tantísimo calor que pronto decidimos irnos a comer a Ouarzazate. Casi a la salida del pueblo nos encontramos a Fertal y comenzamos a charlar… tardamos bastante en llegar al parking, porque Miguel se ha puesto en modo japonés y va sacándole fotos a todo.

Decidimos acercar a Fertal su casa, ya que vamos en la misma dirección. Está empeñado en que quedemos para cenar o que vayamos a tomar un café, pero llegando a la ciudad él empieza a bromear con traficar con hachís… y casi nos da un parraque. Mejor nos despedimos.

La carretera que va desde Ait Bennadouh a Ouarzazate es una pesadilla. Los bordes están completamente comidos, por lo que ir por todo el medio ocupando la mitad de cada carril es lo habitual. Pero ahí está el problema: los microbuses turísticos no se apartan, es como si pensaran que ellos tienen la prioridad, así que cuando te cruzas con uno prácticamente te echa de la carretera… Una locura.
Nos vamos a comer al 3 Thés. Ensalada de arroz y brochetas de pollo. Volvemos al riad porque realmente necesitamos una darnos una ducha, lavar algo de ropa y descansar.
A las ocho decidimos irnos a cenar y, justo cuando vamos a salir, Bernard nos pide que hagamos ahora el check-out por si mañana está llevando a su hija al colegio cuando nos marchemos. El tipo, nacido en París, lleva un montón de tiempo viviendo en Marruecos. Hace diez años compró un solar en la medina de Ouarzazate y construyó el hotelito (ahora entiendo lo de los azulejos del baño…), conoció a la que ahora es su mujer y vive allí la mar de a gusto, sin preocupaciones, sin los agobios de la vida en París. Bernard nos cuenta que el rey de Marruecos quiere mantener limpias todas las ciudades del país, plantar árboles, hacer parques… pero que los bereberes del sur son muy cabezotas y cuesta mucho que acepten los cambios.
Total… que salimos del riad casi a las nueve menos cuarto y nos vamos a cenar al centro. Elegimos un restaurante llamado Le Monde des Plats donde están viendo el fútbol de manera tranquila, pues casi todos los bares y restaurantes con televisor están abarrotados de locales que disfrutan como si se tratara de la final del mundial.

La Rose Noire maison d’Hotes
Rue de la Mosquee
| Hay Taourirt, Ouarzazate
(00212) 24 88 60 67
www.maisondhote-rosenoire.com
Restaurante Le Monde des Plats
Bv. Mansour Eddahbi, Ouarzazate
(00212) 524 88 79 32





Día 10. OUARZAZATE – MARRAKECH (22.04.13)  >> 226 km. <<
Aquí se duerme como si cayeras en coma. Qué gozada. Al levantarnos notamos que sopla un viento salvaje y, cuando subimos a desayunar a la terraza, tenemos serios problemas para conseguir que el mantel no salga volando. Está comenzando a levantarse arena que viene en columnas hacia donde estamos. Nos comemos las crepes y los panecillos a toda pastilla y salimos pitando.
Cuando estamos metiendo las cosas en el coche, nos encontramos con Salahl. Le pregunto si está enfadado por lo que le dije el día anterior, pero hace como que no me entiende y empieza a pedirnos dinero aduciendo que se ha pasado dos noches sin dormir vigilando nuestro coche… pero de eso nada. Le damos 20 dh. pero empieza a protestas, diciendo que eso no es nada. No estamos dispuestos a darle más, pues en los carteles del riad especifica que ese parking es gratuito y que el “guardado” (al otro lado de la medina) cuesta 50 dh. de haber tenido que pagar algo, se lo habríamos pagado a Bernard. Además ¿no se suponía que sólo quería practicar español? Nos subimos al coche y nos vamos, mientras Salahl se queda maldiciendo en árabe.

Aunque hay un viento del copón, decidimos acercarnos al oasis de Fint… que nos pilla de paso. Es cierto que, como decía Bernard la tarde anterior, el camino es casi una autopista durante gran parte del trayecto, pero la parte final conserva el trazado original.
Casi llegando al oasis, en el murete de una curva, vemos cuatro ardillas del desierto que se esconden a nuestro paso. Retrocedemos, apagamos el motor y nos mantenemos, dentro del coche, a una distancia prudencial. A los pocos minutos salen una madre con tres crías la mar de cómicas. Se quedan sentadas sobre las patas traseras, con el cuerpo estirado como los suricatas.  


Nos quedamos un buen rato haciéndoles fotos desde el coche, porque las crías están como locas y cada poco se asoman en una parte diferente del muro. No acaban de fiarse de nuestra presencia, pero se lo están pasando muy bien jugando al escondite.
 

A la entrada de Fint, un chico nos indica que debemos aparcar el coche junto al camino y recorrer la zona a pie. Hacemos lo que nos dice y se viene con nosotros en plan guía.
 
El río lleva muchísima agua y el oasis ha crecido una barbaridad. La primera vez que estuve aquí, esto eran prácticamente cuatro chozas junto a un arroyo… Ahora tres poblaciones viven junto al río, cultivan sus propias hortalizas en sus cuidados huertos y tienen hasta una escuela. Incluso hay un pequeño albergue donde preparan comidas y montan jaimas para pasar la noche.
Azis (así se llama el guía) nos cuenta que hace unas semanas llovió tanto que hubo una crecida de tres metros, dejando el oasis aislado durante 22 días… y trayendo peces enormes y algunas tortugas a la zona.

El palmeral es verde esmeralda, el río se ve turquesa y las negras rocas volcánicas le dan un aspecto completamente irreal. Recorremos un tramo del cauce del río y entramos por los primeros huertos. No podemos entretenernos demasiado aunque Azis quiera enseñarnos los tres poblados, en un recorrido de hora y media.
Nos cuenta que hace poco han rodado allí una película en la que salía Monica Bellucci (“¡qué guapa, qué guapa!”, decía Azis) pero que después del rodaje destruyeron los decorados. Unas semanas después descubrimos que, tanto en Fint como en Ait Bennadouh y en Essaouira, se rodaron varias escenas de la tercera temporada de Juego de Tronos (las de Khaleesi y los inmaculados).
 

Mientras cruzamos los huertos, Azis nos va contando todo lo que han plantado y en una de estas, cuando intenta coger unas habas, tira la valla hecha de hojas de palmera y se pega un castañazo considerable. Nosotros sólo acertamos a agarrarle de una pierna, aunque él ya estaba en el suelo… Y, para colmo, pasa una señora que le clava su mirada asesina.
De vuelta al coche, le damos unos dírhams, una bolsa de playa y unas cocacolas y golosinas para los niños (se queda flipado porque nunca había visto nubes de azúcar). Nos da su número de teléfono para próximas visitas, quiere que volvamos y organizarnos una jaima, comida y verbena…
 
Sale un tuctuc del oasis y no puede con la cuesta. Los lugareños se quedan mirando y no ayudan hasta que Azis y Miguel se deciden a empujarle para que pueda continuar… Aunque lo tiene difícil, porque hay bastante pendiente durante buena parte de la pista.

Antes de volver a la pista grande, cogemos un camino que nos ha indicado Azis que lleva a la cima de las rocas volcánicas, mostrándonos una vista panorámica de todo el oasis. Hacemos unas cuantas fotos y nos vamos volando, nunca mejor dicho porque el viento, literalmente, se nos lleva.

Cogemos la N9 y dejamos atrás Ouarzazate y su tormenta de arena. La subida por este lado del puerto es suave, se nos hace bastante entretenida gracias a los radicales cambios de paisaje. 

Poco antes de llegar al alto de Tizi n’Tichka paramos a comer unos sándwiches y a estirar un poco las piernas. Nos queda por delante una pesada bajada de más de 100 kilómetros.
 
 
Por todas partes hay lugareños que venden geodas tintadas (menuda manera de cargarse unas rocas preciosas) y puestos con todo tipo de fósiles y minerales. No paramos en ninguno porque no nos parece que tengan mucha calidad…
Cada vez que uno de los vendedores de geodas mancilladas nos hace señas para que paremos, nos ponemos como locos a gesticular con el consecuente descoloque por parte de los lugareños y el correspondiente ataque de risa dentro del coche.


A eso de las 16 horas llegamos a Marrakech. El tráfico es abundante y el caos circulatorio brutal. Para llegar al hotel voy siguiendo el mapa en el iPad y pasamos por unas zonas amuralladas que parecen algún tipo de palacetes, a juzgar por los policías que los vigilan, la limpieza extrema de las calles y los carteles que prohíben parar.
Una vez en el hotel, que en teoría es de 5 estrellas, subimos a la habitación, que está un poco sucia y bastante mal cuidada (hay huellas de niños por todas partes). Nos duchamos, cogemos las cámaras y nos vamos a dar una vuelta cuando queda poco para las 18.
Nos dirigimos a la plaza Jemaa el-Fna por la calle colindante al Royal Mansour (un hotel de súper lujo) con unos jardines dignos de una revista. Pasamos junto a la Kutubia y ya empieza a notarse el ambiente… pues hace muy buena tarde y todo el mundo está en la calle.
 

Una vez en la plaza, damos una vuelta para ver qué tal está la cosa. Como siempre, hay muchísima gente… Todavía no es de noche, así que aún se puede caminar entre los corrillos que se forman alrededor de los encantadores de serpientes, las tatuadoras de henna y las atracciones callejeras.
Cruzamos los puestos por los puestos de aceitunas y zumos de naranja y llegamos a los chiringuitos de comida, donde todo el mundo se vuelve loco, te agarra del brazo e intenta que te sientes a cenar o que recuerdes el número de su parada. Llega un momento que tenemos a cuatro o cinco lugareños persiguiéndonos como si estuviéramos en The Walking Dead. 


Salimos de allí como podemos y nos metemos en el zoco, pero la casi es peor… porque es más de lo mismo: otra vez los agarrones, el intentar convencerte de que veas sus tiendas de cuatro plantas, que te lleves sus alfombras, kaftanes y babuchas… Huimos, literalmente.
Empieza a atardecer y la luz se está poniendo preciosa. Antes de abandonar la plaza, un delicioso olor a mirra, ámbar y copal nos hace parar. Compramos una bolsita de incienso al chico del carromato ambulante y nos vamos a cenar.


Nos decidimos por Portofino, un italiano junto a la Kutubia que había visto en Tripadvisor, porque hay demasiado jaleo en la plaza como para quedarnos allí. Ensalada, dos pizzas, refrescos = 233 dh.
La comida está deliciosa, aunque el local es un poco oscuro… se han pasado de íntimo. Cuando nos vamos a ir, el encargado nos dice que al día siguiente podemos ir a ver el partido del Barça – Manchester, que no hace falta cenar, sólo tomar algo.
A la salida, compramos unos helados al módico precio de 10 dh. la bola. El mío es de una cosa rara que al final entendemos que es dátil. Es un poco empalagoso, así que lo cambio por uno de menta y chocolate.
Volvemos caminando al hotel, aunque estamos agotados. Ha sido un día muy largo. Al poco de acostarnos, tengo que salir al pasillo pues hay tres niñatas sentadas en la moqueta hablando a voz en grito mientras se muestran lo que han comprado en el zoco. ¿Es que no lo pueden hacer dentro de la habitación? -_-
 
Hotel Royal Mirage Deluxe
Rue Paris, Hivernage - Marrakech
(00212) 24 44 54 00
www.royalmiragedeluxe.com/
Restaurant Portofino
279 Av. Mohammed V, Marrakech
(00212) 24 39 16 65
www.portofino-marrakech.com



 
Día 11. MARRAKECH – AZROU (23.04.13)  >> 471 km. <<
Hemos dormido sólo a medias. El tráfico era constante, a las 4 han llamado a la oración y a las 4:30 un pájaro ha empezado a piar en el balcón. El desayuno confirma que a este hotel, de las cinco estrellas se le han caído por lo menos la mitad. Pan de molde duro, crepes recalentadas, bollos secos, zumo de brick…
Hemos decidido bajar las maletas al coche cuando íbamos a desayunar, para no tener que volver a subir a la habitación… y en recepción se han puesto como locos, como si nos fuéramos a ir sin pagar aunque estábamos diciendo claramente que aún no estábamos haciendo el check out. En fin, que la conclusión final que sacamos sumando todos los detalles de este hotel es que es, probablemente, el peor en el que hemos estados.
Circular por Marrakech es un caos, con bicis que se te cruzan en todas direcciones (incluso contraria), tuctucs, camionetas que transportan vacas y personas todo junto y revuelto… Así que intento sacarnos a la carretera lo antes posible y empezamos la etapa de hoy, la más larga que haremos en Marruecos.

La primera parada es el puente natural de Imi-n-Ifri, un lugar impresionante. Bajamos las escaleras por el lado izquierdo de la carretera hasta bajar lo suficiente como para tener buena perspectiva. No llegamos a cruzarlo por debajo, pues nos quedan muchos kilómetros por delante y el camino de subida promete ser una tortura.
Aunque el aire que corre es resquito, el sol brilla con fuerza y eso hace que mariposas, lagartos y otros bichos salgan en cada recodo del camino, como el eslizón que encontramos calentándose sobre una roca.
A lo lejos se ven las montañas nevadas del Atlas y el paisaje de nuevo empieza a cambiar. Nos tomamos un tentempié para poder mantenernos con energía en nuestra siguiente visita.

  
Más o menos a las 13 horas llegamos a las cascadas de Ouzoud. Un local nos indica que dejemos el coche en la zona de aparcamiento y vayamos andando a las cascadas.
Nada más salir del coche, se nos acerca un chico se pone a charlar. Acabamos yendo con él hacia las cascadas y, en lugar de bajar por la zona de escaleras y puestos de suvenires, cruzamos al otro lado para bajar por el camino que va entre los huertos.

La primera imagen de las cascadas es impresionante, pues las vemos desde arriba. Cruzamos al otro lado por unos puentes de madera. Azdin (así se llama el chico) nos cuenta que hace unos días una niña pequeña cayó desde allí y, desgraciadamente, murió. Hay que tener muchísimo cuidado porque no hay ninguna valla a este lado de las cascadas y el terreno puede ceder.
Vamos bajando por los huertos y Azdin nos comenta que cada olivo y cada algarrobo (todos de un tamaño descomunal)  pertenece a una familia y está marcado con un color o símbolo característico. Como vamos en silencio, vemos algunos monos que juegan y se suben a los árboles.

 
Muchas de las raíces de estos olivos y algarrobos están fosilizadas debido a la calcificación producida por el agua de las cascadas (que a veces se desborda) en un proceso que ha durado miles de años. Azdin dice que algunos de estos árboles tienen más de 800 años y la verdad es que no nos extraña, pues algunos son realmente grandes.
En algunas zonas, con un poco de paciencia, pueden verse pequeñas hojas de zarza fosilizadas. Y es muy curioso cómo los árboles sobreviven aunque sus raíces tenga que crecer entre las que están fosilizadas.
Cruzamos los huertos por un camino que sería fácilmente identificable si ya se conoce la zona, pero la verdad es que ir con nuestro guía lo hace mucho más interesante.
Entramos en un par de campings (lo que Azdin llama “Jamaica”) desde los que las vistas de las cascadas son impresionantes. Los campings son estupendos, hay uno para marroquís y otro para turistas, con unas cabañas preciosas y zonas de jaima para comer y hacer fiestas por la noche. Todo muy hippy.

Hay dos opciones para cruzar el río: las barquitas o el “puente gratuito”, que no son más que unos sacos cuando la distancia entre las piedras es demasiada para saltarla. Evidentemente vamos dando saltitos y nos quedamos alucinados con las barquitas que navegan por la poza principal acercándose a la base de la cascada, proporcionando una duchita gratis a todos los navegantes.

   
Emprendemos la subida por el lado de los escalones y rampas, que está lleno de tiendecitas y restaurantes (el olor de la comida es delicioso) y acabamos agotados, pues hace bastante calor.
Nos despedimos de Azdin y nos vamos en busca de una sombrita donde comer antes de desmayarnos. De repente, una oruguita se cuela por la ventanilla y cae sobre el rutómetro y, cuando intento devolverla a la naturaleza, cae dentro del coche. Tenemos que parar antes de que se pierda por ahí… así que ya aprovechamos para comer.
Por la carretera vemos de todo, desde camiones cargados con cebollas que se salen por todas partes hasta cabras que van asomándose por la cortinilla de la ventana trasera de una furgoneta. 

Aunque el trayecto se está haciendo largo, pues son muchísimos kilómetros, el paisaje es precioso. Cambiante, como siempre, y totalmente distinto al resto de los días.
 
Paramos en una zona en la que crecen una extrañas plantas en las laderas, llevamos bastante rato preguntándonos qué serán. Y resultan ser cactus… miles de cactus.

La carretera es una sucesión de curvas y cuestas que hacen la conducción más entretenida, pues de cuando en cuando nos encontramos algún lugareño que va muy despacio y le tenemos que adelantar.


Tenemos un incidente con un chiflado que se ha puesto en plan kamikaze (literalmente) porque le hemos dado la largas para que él quitara las suyas… nos ha echado de la carretera.
Llegamos al hotel súper cansados, deseando cenar y acostarnos. Todos están viendo la goleada que el Manchester le ha metido al Barça. No nos lo podemos creer.
 
El menú de la cena es el mismo que la semana pasada… Pedimos entrecot y está como una piedra. Van de finolis, pero en realidad no tienen ni idea de cómo hacer las cosas.

Hotel & Restaurant Palais des cerisiers
Route Cèdre Gouraud, Azrou
(212) 05 33 56 38 30
www.lepalaisdescerisiers.com


 
Día 12. AZROU – CHEFCHAOUEN (24.04.13)  >> 276 km. <<
Con lo finolis que son en este hotel, debería dedicar un poquito más de atención a lo que realmente importa. El desayuno es un desastre, lo único que merece la pena es el zumo recién exprimido, porque las crepes recalentadas, el pan del día anterior y el bizcocho seco son para llorar. Lo mismo ocurre en las habitaciones: las duchas dan pena, con esas mamparas de aluminio tipo cabina de teléfonos y el agua que sale a tirones, o te escaldas o te hielas… En fin, que pagamos y nos vamos.
 
Nos desviamos un momento de la ruta de hoy para dar una vuelta por Ifrane, que es precioso. No sólo las casitas de estilo suizo hacen que sea un lugar especial, sino la limpieza, la organización, el cuidado de los jardines… parece una ciudad de otro país. Y no lo digo porque Marruecos no tenga encanto, que lo tiene y mucho, sino porque es absolutamente diferente a todo lo demás.
Hoy tenemos por delante más de 250 kilómetros, así que rápidamente nos ponemos en marcha. Cruzamos un precioso bosque de algarrobos y el paisaje cambia radicalmente.
  
La carretera hasta Meknes es casi toda de bajada, con mucho flow y los kilómetros cunden que da gusto. Antes de  meternos en la ciudad paramos en una gasolinera a limpiar un poco el coche, que va hasta arriba de polvo y fesfés otra vez. El tipo que nos lo lava lo hace a conciencia, frotando con una esponjita y todo… ¡e incluso quiere limpiarlo por dentro!
Cuando llegamos a Meknes hay policía y militares por todas partes. Todas las calles están engalanadas con banderas y pancartas porque va el rey de Marruecos a inaugurar una convención de agricultura o algo así.

Paramos junto a la antigua ciudad romana de Volubilis a tomarnos un tentempié. No entramos a ver las ruinas, pues yo ya las he visitado en alguna ocasión y preferimos aprovechar la tarde en Chefchaouen. Pero como nos hemos metido por una carretera cortada, podemos hacer algunas fotos desde el arco que queda más alejado de la entrada.
Creo recordar que el guía que me enseñó las ruinas la primera vez, me dijo que sólo hay excavado un 30 o un 40 por ciento de lo que se calcula que hay en la zona… y eso que el yacimiento lo comenzaron los franceses en 1915.
 


Paramos a comer cuando aún nos quedan 80 kilómetros para Chefchaouen, pues se nos está haciendo un poco pesado el trayecto.
Las primeras vistas de la ciudad son impresionantes. Todas esas pequeñas casitas blancas y azules escalando la colina… y las montañas detrás, como protegiendo el pueblo. Va a hacer buena tarde, es pronto y podremos disponer de varias horas de luz para recorrer la medina antes de que sea hora de cenar.
Con ayuda del mapa, llegamos sin problema hasta el parking público junto al hotel Parador. Ya habíamos preparado el petate con lo imprescindible y, como mañana regresamos a España, no hace falta mover la nevera… Así que vamos directos al hotel.


El waypoint del alojamiento está en marcado en mitad de la plaza, así que no encontramos el riad por ninguna parte. Vamos hasta la calle del fondo y le preguntamos a un chico que, casualidades de la vida, trabaja en el hotel y nos acompaña hasta la puerta.
Aquí todo el mundo habla español perfectamente, así que rápidamente estamos instalados y explorando el hotel. La habitación es pequeñita, pero preciosa. Una pequeña puerta de madera de doble hoja da paso al baño, que es diminuto pero tiene todo lo que debe tener. La verdad es que tiene mucho encanto.
En la planta de abajo, junto a la recepción hay un saloncito donde se puede ver la tele (española). En la azotea hay una preciosa terraza con una jaima desde la que se ve la medina y el resto de la ciudad, dejando las montañas a nuestra espalda. Dan ganas de quedarse aquí una semana.


Nos ponemos ropa cómoda, cogemos unas chaquetas por si acaso y salimos a dar una vuelta, cámara en mano. Cada callejuela es pintoresca, cada rincón más bonito si cabe que el anterior, después de cada giro hay una tiendecita o una puerta que nos sorprende.


La medina no es muy grande, así que no podemos perdernos mucho y, por mucho que giremos e intentemos ir por calles desconocidas, acabamos en algún lugar por el que ya hemos pasado antes.
Nos aborda un lugareño que habla en perfecto castellano, quiere enseñarnos su tiendecita “sin compromiso” y le dejamos bien claro que no pensamos comprar nada. Le acompañamos y el tipo nos enseña una casita sin ventanas llena de todo tipo de cosas. 
En una habitación hay un señor tejiendo telas, en otra tienen objetos de plata y alhajas, y las demás son para los tejidos que confeccionan. Como era de esperar, acaban intentando vendernos alguna de las 15 mantas “ignífugas” que nos ha mostrado. Le damos las gracias y volvemos a la calle.
Cada vez que nos paramos a mirar algo con detalle, algún local se presenta e intenta llevarnos (muy amablemente, eso sí) a ver su tienda, su cooperativa o su telar que, curiosamente, siempre es el más antiguo de Chefchaouen. Y, de cuando en cuando, algún chico joven nos ofrece lo que se ofrece por estas tierras, pero con decirles que haces vida sana es suficiente para que no insistan. Mucho más light de lo que yo me esperaba.
 
Al doblar una esquina, nos encontramos a otro lugareño que, al vernos con nuestras cámaras, quiere que le enseñemos unos “trucos” para hacer las fotos perfectas de su tienda, pues quiere colgarlas en la página web.
Nos arrastra a su cooperativa de alfombras y nos cose a preguntas sobre las cámaras, los objetivos, los ángulos, la luz… ¡yo qué sé! Quiere que en media hora le convirtamos en fotógrafo profesional, jajajajajaja. Pero es que tiene que empezar por leerse el manual y comprender los conceptos básicos. Le aconsejamos que haga muchas fotos, lea y aprenda de sus propios errores.
 
Volvemos a la plaza principal, pensando que ya será la hora de cenar y con la idea de refugiarnos un rato del tremendo viento que se está levantando. Nos sentamos en la terraza de uno de los restaurantes y pedimos unas cocacolas porque sólo son las seis. Los chicos que llevan el chiringuito son muy simpáticos y charlamos un rato con ellos mientras van preparándolo todo (evitando que se vuele) para la hora de la cena.
Cuando nos terminamos el refresco vamos a dar otra vuelta antes de que se haga de noche. Compramos un par de cosas y nos damos cuenta de la cantidad de comercios y restaurantes de españoles que hay por aquí.
  

La gente empieza a recogerse, las calles se van vaciando y ahora tenemos la oportunidad de ver puertas y rincones en los que antes no habíamos reparado…
 


Finalmente cenamos en la misma terracita de la plaza, la del restaurante Morisco. La llevan entre cuatro chicos: un cocinero, dos camareros y un tercer chaval que se encargar de “pescar” a los clientes en la calle… y no lo hace nada mal, pues su terraza está llena (casi todo gente local) y en la de al lado no hay nadie.
Sacamos unas cuantas fotos nocturnas y nos vamos a dormir, pues mañana tenemos que madrugar bastante para no perder el barco.

Aunque ya teníamos calculada la hora a la que debíamos salir, el chico de la recepción nos convence de que salgamos una hora antes porque, según él, la carretera es muy mala… Esto hará que nos tiremos más de una hora en el parking del puerto esperando nuestro barco…
De cualquier modo, Chefchauen ha sido un precioso broche final para este viaje. Seguro que repetiremos.

 
Hotel Dar Mounir
Zankat Kadi Alami Hay Souika
(212) 539 98 82 53
www.hotel-darmounir.com





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