domingo, 12 de abril de 2015

Iceland Autumn Roadtrip



Nuestro plan: 7 días para hacer una excursión una cueva glaciar, intentar capturar las auroras boreales, volver a algunos sitios que nos fascinaron e intentar visitar otros que fue imposible ver la primera vez.
MOVILIDAD
De nuevo alquilamos un coche. Misma compañía, mismo modelo. Para lo que vamos a hacer es suficiente.
ALOJAMIENTO
Nos sorprende encontrar tantos hoteles a precios razonables cuando planeamos el viaje (¡en 2011 los precios eran privativos!), así que esta vez nada de granjas ni experimentos.
COMIDAS
Como siempre, donde podemos y cuando podemos… Muchos lugares cierran en temporada baja, e incluso comprobamos que la oferta en los supermercados es mucho menor (por ejemplo en cuestión de bollitos para el desayuno). Pero siempre hay algún pequeño lugar al que van los locales y con eso nos apañamos; además también quedan las hamburguesas de gasolinera.




Día 1. MADRID – LONDRES – KEFLAVÍK – VÍK (15.11)
Para no extendernos mucho, baste decir que esta era la primera vez que volvíamos a alguno de los lugares donde ya habíamos estado juntos y la sensación es bastante extraña. Hay una mezcla de emoción y sobre todo expectación que no nos había ocurrido antes. 

No solemos pensar en cómo van a ser las cosas durante un viaje porque luego nunca resultan como habías imaginado, pero en esta ocasión era inevitable preguntarse si todo estaría como estaba en nuestros recuerdos.
Resumen rápido del día de aproximación: Carreteras vacías. T4. Un poco de lío para facturar con las máquinas de auto check-in (sería por los nervios). Cambio de divisas. Al avión. Un colgado bastante borracho va dando la nota en el vuelo hasta Londres. London Express hasta la T1, que está a medio desmantelar. Avión otra vez. Keflavík. Aunque esperábamos verlo todo blanco, pues normalmente ya habría nevado en todo el país a estas alturas del año, nos quedamos con el lado bueno: las carreteras serán menos peligrosas, no nos quedaremos atascados en ninguna parte, ni nos pelaremos de frío. Además ya tenemos excusa para venir bien entrado el invierno.  

Coche de alquiler. Buscamos un supermercado para comprar provisiones. Paramos en Hveragerðir y entramos donde van los lugareños: pizza y sándwich calentito con patatas fritas. Continuamos. La carretera se hace un poco monótona. Hay algo iluminado a la izquierda. Paramos. Es Seljanlandfoss, que por la noche se ve espectacular y fantasmagórica. Aunque las condiciones climatológicas habían sido bastante buenas, la cosa empeora en el puerto de montaña que baja hasta Vík. Niebla, lluvia, viento. Recordamos la advertencia del chico del alquiler de coches: agarrad bien las puertas al entrar y salir del coche, ningún seguro lo cubre si las arranca el viento. Icelandair Hotel Vík (comparte indicaciones y entrada con Hotel Edda Vík). Habitación con vistas a los Reynisgrangar. Ducha de lujo. La previsión de auroras es buena en cuanto a actividad, pero el cielo está completamente cubierto. Ha sido un día largo. 


Kilómetros recorridos: (aeropuerto Keflavík – Vík) 226 km
Alojamiento: Icelandair Hotel Vík
Cena: Hofland-Setrið, Hveragerði



Día 2. VÍK – SKOGAFOSS – SALJALANDFOSS – GIGJOKULL – VÍK (16.11.14)
Nos despertamos a las 8:00 y aún es de noche, va a ser difícil ver todo lo que queremos ver con tan pocas horas de luz. El cielo está bastante cubierto, esperamos a que salga el sol y vamos en busca de los restos del avión de la US Navy. Nada más pasar el puerto el día pinta de otra manera. Encontramos la pista y allá que vamos. Después de unos pocos minutos se ve el esqueleto de acero cerca de la playa.

 
Se va el coche que había en la zona y nos quedamos solos dando vueltas alrededor de la aeronave estrellada, buscando la mejor perspectiva. Entramos, salimos, nos subimos por los restos de fuselaje y se nos pasa volando una hora y media grabando, haciendo fotos y disfrutando del paisaje a todas luces surrealista.



Volvemos a la carretera y conducimos hasta Skogafoss. Cuando llegamos sale el sol de entre las nubes, iluminándolo todo con rabia y creando colores tan brillantes que parecen de mentira, como si fueran imágenes sobreexpuestas. Hay bastante viento y el agua de la gigantesca cascada sale volando en todas direcciones como minúsculas partículas con vida propia. El sonido es atronador, realmente impresionante.
Cuando estuvimos en 2011 nos quedamos con las ganas de disfrutar de este lugar, pues llovía a cántaros el día que lo visitamos. Pero hoy parece que todo es perfecto, con el sol a nuestra espalda sobre el mar y las nubes oscuras detrás de la cascada, el arcoíris sobre el cortado y apenas una docena de personas que desaparecen rápidamente.
Otra vez tenemos que renunciar al trekking de los veinte saltos de agua que comienza en lo alto de la cascada. No sabemos cuánto va a durar este sol porque hay bastantes nubes moviéndose rápido y queremos ver Seljalandfoss en las mejores condiciones posibles. Así que hago las últimas fotos mientras Mac se acerca peligrosamente donde se estrella el agua y volvemos al coche.

 
Al llegar a Seljalandfoss las nubes empiezan a tomar el cielo… pero al menos no llueve, aunque sí hace bastante frío. Hay una especie de caseta-cafetería y aprovechamos para tomar un café bien caliente y unos muffins en su terracita con vistas a la cascada. Puede parecer que no cae más que un hilo de agua, pero en realidad lo que ocurre es que gran parte sale esparcida en forma de spray por todas partes y hagas lo que hagas, acabas empapado. Lo asumimos y comenzamos la pequeña subida por el sendero que pasa por detrás de la cascada. El suelo resbala muchísimo y Mac no da abasto con la réflex, la GoPro, el móvil e intentando mantenerlo todo seco.



Después de sacudirnos bien el agua de la ropa tenemos que decidir si volvemos a la zona de Vík para visitar Reynisfjara y Dyrhólaey o si nos aventuramos en busca de una lengua glaciar. Sabemos por la previsión del tiempo, y porque se ven las nubes enganchadas, que en Vík no hace muy bueno y, como tendremos más oportunidades en próximos días, nos decidimos por buscar el  Gigjökull.


Tomamos la carretera que sale de Seljalandsfoss a la derecha (F249) y continuamos hasta que se convierte en un camino de tierra negra, con unos baches considerables y varios vadeos.
Vamos un poco asustados, sobre todo porque los coches que hemos visto son todos 4x4 con ruedas enormes… pero la lengua glaciar se ve tan cerca que no podemos renunciar a la aventura de alcanzarla.
Avanzamos muy lento (llevamos un Suzuki Vitara  de serie) porque la pista está en bastante mal estado y no podemos arriesgarnos a dañar los bajos del coche. Los vadeos, al menos por el momento, son pequeños arroyos y charcos no muy profundos pero a la izquierda vemos la intrincada red de eses que dibuja el río Markarfljót y sospechamos, porque baja del glaciar, que tarde o temprano habrá que cruzarlo.
Cuando nos queda a penas un kilómetro o setecientos metros para llegar a la lengua del  Gigjökull, tenemos que darnos por vencidos porque efectivamente hay que cruzar el río que es bastante ancho y tiene una corriente considerable; además se puede ver que serpentea, por lo que deducimos que habría que vadearlo varias veces. Pensamos en ir andando hasta el hielo, pues vemos que hay un par de todoterrenos allí que quizá podrían traernos de vuelta, pero enseguida desechamos esta opción pues uno de ellos viene ya en nuestra dirección y quedan pocas horas de luz, no podemos arriesgarnos a tener que hacer la pista de vuelta de noche.
A pesar de todo, la excursión ha merecido la pena no sólo por ver tan de cerca esta lengua glaciar que sale del Eyjafjallajokull, sino por todo el paisaje que va atravesando la pista, encajado en el cauce del río, con montañas a ambos lados y de fondo el glaciar enorme y el monte Einhyrningur (The Unicorn Mt.). Sólo levantar la vista y ver el  Eyjafjallajokull iluminado por el sol es un regalo para la vista. Hemos invertido una hora en ir y media en volver, disfrutando de las cascadas que hay por todas partes, las paredes cubiertas de musgo y el camino de arena negra.
Salimos a la carretera y, justo antes de llegar al desvío de Seljalandsfoss, tomamos una pista que sube por la ladera de la montaña señalada con un cartel de punto de interés. A mitad de la subida paramos para ver el río trenzado, está claro que habrá que volver a Islandia y dar un par de paseos en helicóptero o avioneta para poder disfrutar a lo grande del paisaje. Al final del camino hay una cantera, que no parece muy turística, pero las vistas del Eyjafjallajokull son preciosas.
  
Se está haciendo de noche, así que volvemos al hotel a darnos una buena ducha caliente y aprovechar el rato descargando fotos y vídeos antes de ir a cenar al único restaurante abierto del pueblo: Halldorskaffi. Es un sitio pequeñito y acogedor, con velas y música suave. Hay lugareños y eso siempre es buena señal. Cielo cubierto: no hay auroras esta noche.

Kilómetros recorridos: (Vík – US Navy Plane – Skogafoss – Seljalandsfoss – Gigjokull - Vík) 198 km
Alojamiento: Icelandair Hotel Vík
Cena: Halldorskaffi, Vík





Día 3. VÍK – KIRKJUBAEJARKLAUSTUR – JÖKULSÁRLÓN – HALI (17.11.14)
De nada sirve madrugar cuando el sol sale a las diez de la mañana. Hay que tomárselo con calma. Gasolina. Supermercado. No hay bollitos ricos como en el verano. Menos mal que nos quedan unos donuts y zumo, que nos tomamos en la playa viendo de fondo los Reynisdrangar. El día está bastante cubierto, pero al menos no llueve. 

Pasamos por el campo de lava Eldhraun y comprobamos como todo el moss cercano a las zonas de aparcamiento está completamente destrozado, marrón y sin vida. Es una lástima porque el musgo que cubre los campos de lava es una de las cosas más impresionantes de Islandia.
Paramos un poco más adelante en el grupo de pseudocráteres de Álftaver, que tiene un aspecto bastante místico con la niebla que está comenzando a invadirlo todo. Hay unas pequeñas escaleras que suben a lo alto de uno de los montículos ofreciendo mejores vistas del conjunto de conos volcánicos.


La siguiente parada de la ruta de hoy es el cañón de Fjardargljufur. Aunque ya estuvimos en 2011, tenemos tiempo de sobra para hacer una pequeña visita.
Es una lástima que el tiempo esté tan desapacible; la otra vez pasó lo mismo y ya hemos asumido que es casi imposible sacar una foto decente de este lugar que permita apreciar lo bello  que es el río discurriendo entre los cortados. Hacemos un pequeño trekking por la parte alta, pues el río lleva bastante agua y no podemos recorrer el cañón por abajo. Aunque no se ve en la imagen, el cañón no es una línea recta sino una sucesión de paredes perpendiculares al cauce creadas por la erosión.

Vamos a Kirkjubaejarklaustur deseando que esté abierta la cafetería Systrakaffi que tanto nos gustó en el otro viaje, pero no hay suerte. Así que preparamos unos sándwiches en el coche, porque está empezando a chispear, y hacemos una visita rápida a Kirkjugolf que pasamos por alto en la anterior ocasión, pues está prácticamente en el pueblo y en el mapa aparecía más lejos.
Desde luego no tiene nada que ver con la Calzada de los gigantes de Irlanda, pero no deja de ser curioso como el basalto ha formado perfectas columnas hexagonales que en esta ocasión parecen un mosaico de baldosas.

Continuanmos con la ruta prevista, la carretera va directa hacia el Vatnajökull, girando sólo a la altura del desvío del Parque Nacional Skaftafell. El tiempo no está para hacer excursiones, así que continuamos hasta el siguiente punto que no está muy alejado de la carretera.
Mac ha buscado en el mapa una pista que lleva a una lengua glaciar. El camino no es muy largo y está en bastante buen estado. Cuando llegamos al final nos damos cuenta de que es el mismo que visitamos la otra vez: Svinafellsjökull. Pero esto no nos desanima en absoluto, pues los glaciares se mueven y por tanto están siempre cambiando de forma.

El hielo está precioso. El final del glaciar es una pequeña laguna de color café debido a los sedimentos donde flotan algunos icebergs. Pero lo que de verdad impacta es la enorme masa azul y blanca que baja desde la montaña como un río de olas congeladas. El silencio es sobrecogedor, roto únicamente por el ruido del propio hielo al aplastarse o descolgarse.

No queda mucha luz y sí algunos kilómetros que recorrer. Pasamos por el que será el punto de encuentro al día siguiente para hacer la excursión a la cueva de hielo y lo marcamos en el mapa.
Está atardeciendo cuando llegamos a Jökulsárlón. Sólo queda media hora para poder hacer algunas fotos y disfrutar de la sensación única que este lugar transmite. Hay una docena de jubilados en la orilla del lago con sus trípodes y cámaras obsesionados con un iceberg de color azul que ha emergido del agua.

Probamos en un lado, luego en otro. Lo mires por donde lo mires, este lugar es mágico. Ojalá mañana haya más bloques de hielo flotando, pues ahora está todo un poco plano.
El sol se esconde completamente y el viento se calma, dejando que la superficie de la laguna se convierta en un espejo que refleja perfectamente las nubes y los icebergs. La sensación es hipnótica. Aunque sería el lugar perfecto para capturar con nuestras cámaras las auroras boreales, el cielo vuelve a estar cubierto. 


Un último vistazo y nos vamos al hotel, que está en una especie de agrupación de casa que no llega a pueblo. La recepción está en el edificio restaurante-museo, las habitaciones en otro calle abajo. Era la única opción en la zona y necesitábamos estar cerca del punto de encuentro la mañana siguiente. No nos queda más remedio que cenar allí y pagar un pastizal por un plato vegetariano y otro de albóndigas (muy rico todo, sí… pero muy caro también).


El cielo está completamente cubierto de nubes.  :(

 

Kilómetros recorridos: (Vík – Kirkjubaejarklaustur – Jökulsárlón – Hali) 198 km
Alojamiento: Hali Country Hotel, Hali
Cena: Restautante Hali


Día 4. HALI – ICE CAVE – HVALVES NATURAL RESERVE – HALI (18.11.14)
Nos levantamos temprano y descubrimos que, afortunadamente, el desayuno de Hali Country Hotel está bastante bien, surtido amplio y de buena calidad. Ponemos rumbo al punto de encuentro y, cuando llegamos, vemos a un chaval con ropa de montaña metiendo material en un Defender. Nos quedamos un poco sorprendidos pues en la web decían tener 15 años de experiencia y este chico no supera los 25… o se ha criado en una cueva de hielo o han exagerado un poquito.
Hay otra pareja que también ha contratado la excursión y todos entramos al local (que es la antigua tienda de la gasolinera) mientas  llega el momento de irnos. Todavía están acondicionando el lugar y está todo un poco desangelado. 
Pero contactamos con esta compañía porque ofrecía una excursión para fotógrafos con un máximo de ocho personas, así que lo que realmente nos importa es que esta premisa se cumpla.
A la hora acordada faltan cuatro participantes, pero el guía decide que no podemos esperarles porque la visita a la cueva tiene un horario estipulado ya que se turnan con otras compañías. Mejor para nosotros. Nos subimos todos al jeep y volvemos a la zona de Jökulsárlón. La cueva de hielo se encuentra en el extremo este del glaciar Breiðamerkurjökull. El guía conduce bien, aunque sea joven se nota que tiene experiencia en ir por caminos bacheados, bajar trialeras y vadear ríos. La última parte del trayecto es prácticamente por la morrena del glaciar y se hace bastante pesado en un coche tan duro. Hay que aparcar a unos 600 metros y hacer andando el resto. Este tramo es lo que ha retrocedido el glaciar en los últimos seis años.
Aunque hay varias cuevas en la zona, sólo vamos a visitar una pues las otras no son seguras, ya que el tiempo está siendo más cálido de lo que debería en esta época, ha llovido (en lugar de nevar) y en varias de las otras cuevas el hielo se ha desprendido.
La cueva tiene dos entradas: en la que nos encontramos y otra en el otro extremo, dando paso a una zona circular abierta que se ha derretido dentro del glaciar. Así que el guía entra para cerciorarse de que no hay más visitantes dentro.
Los guías locales han llamado a esta cueva Northern Lights Cave por la similitud de las auroras boreales con las líneas de diferentes tonos que se ven en el hielo de la cueva. 

Al entrar tenemos una sensación extraña, habíamos creído que sería muchísimo más grande y, aunque las hay de mayor tamaño, una foto tomada con gran angular siempre engaña. Menos mal que sólo somos cuatro personas y el guía… no sé cómo hubiéramos sacado una sola foto decente sin estorbarnos unos a otros de haber ido los ocho participantes.
Llevamos puesto unos cascos naranjas para protegernos si hay algún desprendimiento y el guía no nos deja pararnos en la entrada ni donde hay voladizos. El hielo está suave, como si lo hubieran pulido y los colores son alucinantes.
Entramos hasta el fondo, tomando las primeras imágenes. Nos estresamos un poco porque no sabemos cuál va a ser la dinámica, ni cuánto tiempo vamos a tener para hacer fotos antes de que el otro grupo, que está en el círculo al aire libre en el otro lado, vuelva a la cueva y nosotros tengamos que salir. Hubiera estado bien que el guía hubiera concretado más sobre este asunto.



Dentro de la cueva hay varias columnas de hielo que soportan el peso de la cúpula. Una de ellas es completamente transparente y se ilumina con la luz del exterior. Es un ambiente muy mágico, todo en silencio, mucho menos frío de lo que cabría esperar, con el azul del hielo rodeándote por todos lados. Una lástima que el cielo esté cubierto, pues los rayos de sol hubieran hecho la experiencia mucho más espectacular. Después de unos 10 minutos tenemos que salir al exterior, al círculo dentro del glaciar, porque el otro grupo está de vuelta. El guía nos cuenta que antes había un lago en el lugar donde nos encontramos, con un río que bajaba desde el glaciar y que había que rodearlo por un estrechísimo camino de cabras que se ve en la ladera de la montaña.

Vemos las entradas colapsadas de un par de cuevas. Damos una vuelta por la zona, un poco mosqueados los cuatro porque lo que queremos es estar dentro de la cueva y tenemos la sensación de que la excursión no está muy bien organizada. Tomar fotografías en un entorno tan oscuro no es fácil, las exposiciones son muy largas y cada minuto que perdemos en el exterior penalizará las posibilidades de tomar buenas imágenes del interior.
Como no nos queda más remedio que esperar, disfrutamos al máximo de esta zona también. El hielo, al que no nos podemos acercar por cuestiones de seguridad, está lleno de sedimentos, de ceniza, arena y piedras y es de un tamaño considerable.

Es alarmante que haya gente que decida hacer este tipo de excursiones por su cuenta, sin guía y sin un mínimo de seguridad. Puede que nuestro guía sea joven y que nos hubiera gustado que las cosas fueran un poco distintas, pero el tipo va bien equipado, lleva cuerdas, piolet y otros materiales para nuestra seguridad, y está en permanente contacto con la base mediante un walkie talkie, es decir: estamos perfectamente localizados.
Volvemos a la cueva. Tenemos aún 40 minutos para hacer fotos, el espacio es reducido, hay que estar agachado o en cuclillas la mayor parte del tiempo y es bastante cansado. Además el hielo gotea, así que hay que tener cuidado de que no se moje la cámara. Pero merece la pena… incluso nos sabe a poco, podríamos estar allí el día entero si nos dejaran.
 
Mac no da abasto entre la cámara y la GoPro, está como loco. Vamos con muchísimo cuidado pues hay charcos en el suelo, las piedras están también mojadas y algunas zonas resbalan bastante. Creo que vamos demasiado abrigados y además el dichoso casco es muy molesto a la hora de enfocar.
Los cuatro nos intercambiamos los sitios varias veces e intentamos no fastidiarle las fotos a los otros, ¡pero no es fácil! La chica de la otra pareja nos pide que les saquemos un par de instantáneas juntos y luego tiene la amabilidad de tomarnos unas fotos a nosotros también.
Fotografía: Carly Moon Images

Llega el momento de irnos y la salida nos parece alucinante pues dentro de la cueva estábamos prácticamente a oscuras y el túnel se llena de luz a medida que la capa de hielo es más fina según nos aproximamos al exterior (como se ve en la primera imagen de la crónica de este día).
Volvemos a la base, cogemos nuestro coche y nos incorporamos a la Ring Road en dirección este. Nuestro próximo destino es la reserva natural Hvalnes, un lugar que nos enamoró en el primer viaje.
Por la carretera vemos algunas señales de “peligro renos” y, justo cuando me estoy riendo de ello, veo a la izquierda una manada bastante grande. Tomamos una pista para aproximarnos lo máximo posible, pero son renos salvajes (no como los de Noruega) y rápidamente se asustan. No queremos perturbarlos, así que aparcamos el coche e intentamos acercarnos andando, pero ni con esas.

Estamos muy emocionados. Es muy poco usual ver renos salvajes en estas latitudes, pues viven en las tierras altas del centro del país. Mientras volvemos al coche, veo unas manchitas negras bastante sospechosas en una roca, pero no puedo creerme que tengamos tantísima suerte y pienso que estoy alucinando pues me parece que son zorros árticos. Cuando cogemos el coche y llegamos a su altura, las manchas salen corriendo… ¡Eran zorritos! Lección: cuando tengas un flipe, ve y compruébalo.
El tiempo no mejora nada, el cielo es una gran nube blanca y el atardecer va a ser inexistente, pero aún así continuamos hacia nuestro objetivo. Hay muchísima niebla, pero cuando llegamos a Hvalnes empieza a levantarse dibujando capas a distintas alturas en las montañas. No hay viento y la superficie del agua se convierte en un espejo perfecto. Este lugar es precioso.



Hemos hecho fotos hasta que la falta de luz lo ha permitido. Paramos en Höfn para ir al súper y cenar una hamburguesa en una especie de restaurante-cabaña cerca del puerto (no hay nada más abierto).
Volvemos al hotel, nos duchamos y decidimos salir a la sala común para descargar nuestras fotos y descansar un rato.  Llega el autobús de jubilados que vimos la tarde anterior en Jökulsárlón y me fijo en que uno de sus guías es Iurie Belegurschi, al que seguimos desde hace tiempo… y no puedo evitar saludarle y hacerle algunas preguntas. Le cedemos el sitio donde estamos pues va a dar una pequeña charla sobre procesamiento de imágenes al grupo que lleva, y nos invita a quedarnos. El mundo es realmente pequeño. 

Cielo cubierto otra vez. :'( 

Kilómetros recorridos: (Hali – Cueva Glaciar – Hvalnes – Höfn – Hali) 315 km
Alojamiento: Hali Country Hotel, Hali
Cena: Hafnarbuðin, Hofn



Día 5. HALI – JÖKULSÁRLÓN  – VÍK (19.11.14)
Como no tenemos prisa, nos despertamos tranquilamente y vamos a desayunar los últimos, tenemos el comedor para nosotros solos y pan casero recién hecho.

La primera parada del día es Jökulsárlón. Merece la pena detenerse cada vez que pasas por allí, porque siempre es diferente e impresionante. Hay un poco de bruma sobre la laguna, pero de momento nos vamos a la playa, donde están todos los icebergs varados.
El grupo de Iurie Belegurschi también está allí y ahora entendemos porqué han madrugado: se han esparcido y están fotografiando los mejores trozos de hielo. Pero afortunadamente la playa es suficientemente grande y hay sitio para todos (aunque algunos no se cortan y pasan por delante del objetivo o se paran en tu campo de visión, justo donde estás enfocando).



Queda claro que esto es la guerra: o miras por tus intereses o te comen, y el tiempo corre. Así que, un poco en contra de nuestros principios, empezamos a movernos por la playa como si estuviéramos solos, sin importarnos si hay otros fotógrafos.
Mac me ha advertido un par de veces de que la marea estaba subiendo, pero con el ruido de las olas chocando contra el hielo y lo concentrada que estaba intentando encontrar el ángulo perfecto, no le he hecho mucho caso y al final me ha entrado agua dentro de una bota (menos mal que los calcetines gruesos son muy absorbentes).


En un momento dado acabamos tirados por el suelo, buscando una perspectiva diferente, intentando que la única rendija entre las nubes por la que se ve el sol en el horizonte salga también en la foto.
 



Hemos estado en la playa hasta pasada la una de la tarde. Luego hemos ido a la laguna para aprovechar ya que estábamos allí, pero no había nada que nos inspirase mucho.
Con el coche nos hemos acercado a uno de los aparcamiento pequeños que hay en dirección oeste para tener una perspectiva diferente e intentar acercarnos a un iceberg azul que ha emergido del agua hace poco tiempo.
Todavía hay bruma por encima de los trozos de hielo que flotan y la luz está preciosa, como en la hora azul pero sin que termine. Hay un chico grabando la laguna con un dron (¡esos cacharros hacen un ruido infernal!). Lo guarda porque está empezando a llover.



Nos queda bastante camino hasta Vík, donde volveremos a pasar la noche, y debemos ponernos en marcha. Paramos en Kirkjubaejarklaustur para comer.

Rumbo oeste y pasamos por un inmenso campo de lava cubierto de musgo del que no me había percatado antes (y mira que hemos pasado veces por aquí entre este viaje y el otro). El moss está increíble. La ausencia de arrimaderos para detenerse hacen que el tamaño sea descomunal porque nadie lo ha estropeado. Es tan frondoso y mullido que cuesta imaginar que debajo haya roca volcánica.
Veo una pista que sale de la Ring Road y se adentra en el campo. Allá que vamos. La ausencia de rayos de sol hace que el verde sea casi irreal. ¡Dan ganas de tumbarse de lo blandito que está!

Al principio Mac no quería dar la vuelta en mitad de la carretera, porque era una verdadera pirula cruzar el coche en todo el medio para volver a la entrada del camino. Pero una vez en el campo de musgo se le ha olvidado todo y ha disfrutado como un niño grabándolo todo desde mil ángulos diferentes.
Hay que ir con muchísimo cuidado para no dañar el moss y para que no se te cuelen las piernas en algún agujero. En un descuido Mac ha acabado tumbado y yo con una pierna enterrada en el musgo hasta la pantorrilla.
Cuando llegamos a Vík aún queda un rato de luz y nos vamos a la playa de Reynisfjara aunque sopla un viento considerable y hace frío.
A la vez que nosotros llega un autobús lleno de turistas que invaden literalmente la playa. Para poder hacer una foto decente he tenido que dejar que me comiera una ola por segunda vez en el día y hay ya tan poca luz que no me gusta demasiado el resultado.

  

Como no, el cielo está cubierto. Pero en lugar de desanimarnos, vamos al hotel, nos damos una ducha, descansamos un rato y nos vamos a cenar. Mañana habrá otra oportunidad.
   
Kilómetros recorridos: (Hali – Jökulsárlón – Vík) 235 km
Alojamiento: Icelandair Hotel Vík
Cena: Halldorskaffi, Vík




Día 6. VÍK – GOLDEN CIRCLE  – BORGARNES (20.11.14)
Tenemos un largo día por delante. Viendo como está el tiempo (más cubierto que nunca, con niebla, lluvia y viento) pensamos que no merece la pena parar en Dyrhólaey porque casi no se ve lo que tenemos diez metros más adelante.
Así que nos vamos directos a Gullfoss y tenemos una suerte inmensa porque cuando llegamos para de llover. Hacemos una parada técnica en la tienda de regalos y decidimos explorar el camino que va más pegado a la cascada. Hay una cadena y un cartel que informa que el sendero está cerrado por las condiciones meteorológicas de invierno, pero valoramos que el suelo no es más resbaladizo que en verano, pues el spray de la catarata lo empapa todo sea la época del año que sea. Lo mismo deben pensar las dos docenas de visitantes que ignoran el cartel y continúan como si nada. Ya se sabe, en Islandia lo que haces lo haces bajo tu responsabilidad.

El ruido del agua es ensordecedor y hay tantas gotas en suspensión que acabamos empapados. Es impresionante mires hacia donde mires. Por un lado los escalones principales, al otro el cañón por el que el río se va encajando.


Aprovechando que sigue sin llover, nos acercamos a Geysir pues siempre es emocionante ver cómo el agua sale disparada hacia el cielo. La gente, que es muy imprudente, no tiene en cuenta la dirección del viento y más de uno se lleva gratis una ducha con aroma a huevo cocido.
Esto no es fácil de fotografiar… tienes que estar aguantando mientras miras por el objetivo, viendo como el agua del agujero se mueve como si respirara, parece que va a salir la burbuja, pero no; sigues esperando… y de repente chufla. Bueno, pues hay personas que quieren hacerse un selfie es ese preciso momento. Increíble pero cierto.

Y aunque la media estimada entre erupción y erupción es de cinco minutos, a veces ocurre que el agujero escupe tres veces seguidas… y luego hay que esperar un cuarto de hora hasta que vuelve a chuflar.


Empieza a chispear. Nos metemos en el coche y comemos unos bocadillos que hemos comprado en algún pueblo por el camino. Ya que el tiempo no es demasiado malo (sí, llueve, pero no es horrible), decidimos acercarnos a Þingvellir.

Nos salimos de la carretera principal para coger la que bordea el lago Þingvallavath y, aunque el camino es bastante sinuoso, las vistas son muy bonitas. En primavera y con buen tiempo debe ser espectacular pues recuerdo que la vegetación que hay junto al agua es un colorida.
Nos detenemos en el aparcamiento cercano a Oxarafoss y nos acercamos a ver si lleva más agua que la anterior vez que visitamos el parque nacional. Ahora está todo mucho más arreglado, con una tarima de madera que evita que se dañe la hierva de la grieta entre las dos placas y una gran zona al final con bancos para descansar.

Se nota que esta zona, a la que los autocares de turistas llegan sin parar, se estaba deteriorando pues es el único lugar donde hay cordones que impiden el paso… y los han puesto no hace mucho, pues recuerdo que en 2011 pudimos subirnos por las rocas de la cascada.


No hay tiempo para buscar la charquita que parece un pozo de los deseos. El tiempo va empeorando y nos quedan aún bastante kilómetros que recorrer. Nos ponemos en marcha, pero no lo planeamos bien y hacemos la aproximación a Borgarnes por  la carretera que va bordeando Hvalfjörður (fiordo de las ballenas). Es una tortura , hay mucho viento y el coche va dando bandazos.


Menos mal que llegamos al hotel y tenemos tiempo para descansar. La recepcionista nos ha dado una habitación con vistas a la montañas (que no se ven porque es totalmente de noche) y salida directa al jardín donde están los hot tubs. Hay que disfruar la oportunidad, así que alquilamos unos albornoces y chanclas, y aprovechamos para pedirle al director del hotel que nos despierte sea la hora que sea si el cielo se despeja y hay auroras boreales… será la última oportunidad, pues al día siguiente dormiremos cerca del aeropuerto y habrá demasiada contaminación lumínica.
No lleve aunque hace un frío que espanta (apenas 3º C), pero nos ponemos los bañadores y nos metemos en el agua termal que debe estar a unos 40º C. Hay que salirse cada cierto tiempo porque la tensión baja tanto que te mareas y el frescor se agradece. Qué sensación tan maravillosa, todos los músculos se relajan y va desapareciendo el cansancio.
Nos tomamos nuestro tiempo para ducharnos, descargar fotos y vídeos y, muy tranquilamente nos vamos a cenar. En el parking me da por mirar al cielo sin ninguna intención, la verdad… y casi no puedo creerlo: se ven las estrellas. Se ven las estrellas a través de algo que parecen ser nubes finitas que se mueven ligeramente. Mac coge la cámara, se queda quieto y aguanta 30 segundos a pulso con el obturador abierto. En la pantalla LCD el cielo se ve verde.
¡aurora borealis!



Nos ponemos de los nervios. Sacamos los trípodes, la chuleta con las especificaciones técnicas que requiere en concreto este tipo de foto y hacemos lo que podemos primero desde el mismo aparcamiento y después en el campo de golf.
Nunca sabes lo que va a durar este fenómeno, pueden ser cinco minutos o varias horas; a veces las auroras se mueven muy rápidamente como cintas agitadas por la corriente y en otras ocasiones son sólo destellos verdes. Además con el viento que hay no es nada fácil que todo esté en su sitio y que el trípode no salga volando. 
Ver lo que estás haciendo, encuadrar cuando no hay nada en el horizonte que recortar, intentar evitar la luz de las farolas, esperar que la cámara procese la foto que acabas de hacer para poder tirar la siguiente… Estrés absoluto.
Se ve que hemos armado jaleo, porque ha salido la recepcionista con algunos clientes y, aunque han mirado al cielo, no han visto nada. ¿Qué esperaban? Tiene que estar realmente oscuro y que haya habido una erupción solar de categoría superior para que las auroras se vean a simple vista. En estas condiciones, en el parking de un hotel a sólo unos kilómetros de un pueblo con la contaminación lumínica que hay… sólo puedes intuirlas.

En toda la semana el cielo no ha estado suficientemente despejado como para poder enfocar a la línea del horizonte con nitidez como para dejarlo marcado en la cámara y no tener que andar haciendo florituras de noche. Así que no sabemos cómo habrán salido las fotos porque enfocar a la oscuridad no es tarea fácil. 
  
De repente ya no hay nada. Sólo negro en la pantalla. Las auroras han desaparecido. Estamos helados de frío y no nos habíamos dado cuenta porque nos embargaba la emoción. 20 minutos indescriptibles.
Nos vamos a cenar emocionados, lo celebramos con sándwich y hamburguesa gourmet elaborados con productos locales y dos porciones de tarta casera que son, probablemente, los más deliciosos que hemos tomado en nuestra vida. De verdad, sólo por esas tartas merece la pena ir a Borgarnes.

Kilómetros recorridos: (Vík – Gullfoss – Geysir – Þingvellir N.P. - Borgarnes) 375 km
Alojamiento: Icelandair Hammar, Borgarnes
Cena: Eddu Veröld, Borgarnes





Día 7. BORGARNES – SNAEFELLS PENINSULA  – KEFLAVÍK (21.11.14)
Nos hemos despertado a las seis de la mañana, el cielo estaba despejado y Mac ha empezado a ponerse de los nervios pensando que podían verse de nuevo las auroras. Se ha vestido y ha salido al parking. 15 minutos  después ha vuelto un poco decepcionado pues en la cámara sólo se veía una ligera cortina verde.
Como la etapa del día se preveía larga, hemos hecho un esfuerzo por volver a dormirnos y nos hemos despertado por segunda vez a las 8:30 (todavía de noche) y hemos ido a tomar el mejor desayuno de todo el viaje. Sencillamente espectacular.
Hemos charlado con el director del hotel durante el check-out y el hombre se ha mostrado bastante escéptico cuando le hemos dicho que habíamos visto auroras boreales desde el parking la tarde anterior. Menos mal que teníamos las fotos para mostrárselas porque el tipo no daba crédito.

El tiempo está horrible: muchísimo frío, muchísimo viento y además lluvia. La previsión decía que estaría soleado a partir de las 11 de la mañana… y no nos extraña para nada, porque aquí ya sabemos que las cosas cambian de un momento para otro.
La primera parada del día es Arnastapi. Lamentablemente hay una nube enganchada encima del monte Stapafell y no se ve su forma piramidal. Además la marea está baja y la zona pierde un poco de encanto. Pero Mac, que es un maestro en estas cosas, encuentra un ángulo bonito para inmortalizar la casa solitaria que sale en todas las fotos.
No están las cosas para hacer el paseo por la orilla que lleva hasta Hellnar y Gatklettur arch, el viento es tan fuerte que podría tirarnos al mar. Así que volvemos al coche y paramos a la salida del pueblo, donde están las casitas negras que con las nubes tan oscuras se ven realmente bonitas.
Siguiendo por la carretera 574 vemos una señal de punto de interés que nos lleva por una pista hasta el faro de Malarrif que separa las playas de Lóndrangar (al este) y Dritvík (al oeste). Ya está saliendo el sol y Mac aprovecha para lanzarse dos veces por una tirolina que hay instalada al final del camino.

Puede parecer que es para niños, pero la velocidad que coge y, sobre todo, la frenada en seco al final son considerables. Él no se ve… pero sale literalmente volando cuando rebota. 






Siguiente parada: Djupalonssandur, una playa con curiosas formaciones rocosas que nos deja alucinados.
Mirándolo en Google Earth, Mac se ha dado cuenta de que se trata del final de una colada de lava. Aparcamos el coche y vamos primero por una pasarela de madera que lleva a un pequeño mirador hacia la playa. Sigue haciendo bastante viento, pero no podemos resistirnos a subir hasta lo más alto de la colina y obtener las mejores vistas.
Desde arriba, con la luz del sol y el mar agitado, la panorámica es espectacular. Veo que hay pisadas en la arena negra de la playa y bajamos por el estrecho sendero para tomar las últimas fotos.


Seguimos bordeando la península y, como hay nubes en el Snaefellsjökull y no podemos ver nada del glaciar, vamos a la siguiente playa. Skardsvík es un lugar muy curioso porque aun estando al final de una colada de lava, donde todas las rocas son negras, la arena de la playa es dorada.
 

Se acerca la hora de comer y, como estamos cerca de Ólafsvík y había mirado varios restaurantes aquí, damos una vuelta por el pueblo buscando alguno. Todo está cerrado excepto uno de esos chiringuitos de gasolinera donde no nos queda otra que comernos una hamburguesa, la peor de toda Islandia.
De nuevo en la carretera ya no paramos hasta Kirkjufell. El viento es realmente fuerte ahora, yo diría incluso huracanado, y entendemos perfectamente que el del alquiler de coches nos advirtiera que puede arrancar las puertas.
Como podemos, salimos del coche primero uno y luego otro para evitar que haya corriente y siempre sujetando la puerta con las dos manos. El viento se nos lleva, hace frío y las nubes han cubierto completamente el sol. La marea sigue baja, pero aunque hubiera más agua no se vería el reflejo del gorro de Gandalf con este vendaval. 

Vamos al otro lado de la carretera. No habrá más oportunidades de tomar una foto aquí porque mañana nos vamos. Así que, con mucho cuidado, comenzamos a avanzar por el sendero, subimos la colina, cruzamos el puente y llegamos al otro lado de la cascada, desde donde también se ve Kirkjufell. El agua vuela en todas direcciones, el viento no nos deja abrir los ojos, nos arranca los gorros y casi nos tira. Además nos entra la risa floja y eso no ayuda mucho.



Hemos acabado realmente agotados por el esfuerzo de luchar contra la fuerza del aire. Hacemos una parada técnica en Grundarfjördur para ordenar todo lo que llevamos en el coche. 

Nos quedan todavía muchos kilómetros hasta Keflavík, así que hacemos la última parada en la carretera, junto al campo de lava Berserkjahraun. El cielo está oscuro, aunque todavía hay luz, y el contraste con la lava y el musgo es precioso, realmente dramático.
No podemos entretenernos demasiado, el coche está en un arrimadero y los que vienen por la carretera lo hacen a bastante velocidad. Así que sacamos un par de fotos rápidas y nos ponemos en marcha. Esta será la última imagen del viaje que guardemos en la memoria: lava, moss y cielo de tormenta.

Esta vez sí, cogemos el túnel por debajo del fiordo Hvalfjördur (1.000 isk) y ahorramos bastantes kilómetros. 

Menos mal que el coche lleva GPS incorporado, porque en los alrededores de Reykjavík hay que cambiar de carretera muchas veces y es bastante lío. Llegamos al bed & breakfast, dejamos las cosas, nos duchamos y nos vamos a cenar.

Mañana hay que madrugar mucho para devolver el coche y coger el avión. Estamos un poco tristes por irnos, pero lo hacemos con la certeza de que no será nuestra última visita a Islandia.

Kilómetros recorridos: (Borgarnes – Snaefells Peninsula – Keflavík) 439 km
Alojamiento: Bed & Breakfast Keflavík Airport
Cena: Fernando’s Pizza, Reykjanesbaer